viernes, 4 de diciembre de 2009

PICTÓRICA Y RECUERDO DE PANCHO IZQUIERDO

CONCIERTO DE LA MISERIA / Paris 1961
FOTÓGRAFO CALLEJERO

La noche del lunes 23 de noviembre 2009, en la galería Víctor Humareda del Centro Cultural de San Marcos, se inauguró la exposición que rinde tributo al artista Francisco Izquierdo López, tras dos años de su fallecimiento. Destacó nítidamente como pintor de campesinos, obreros, parroquianos, bohemios y ciudadanos comunes, reanudando la tradición peruanista y realista fundada por José Sabogal. Para el curador Bruno Portuguéz Nolasco, en sus pinturas se puede hallar el amor intensamente plasmado (“Retrato de su esposa”, “Retrato de su hija”); la solidaridad y el desapego (“Los golondrinos”, “Vincent y Theo”); la fiesta y la alegría (“El rompimiento”, “Sima Huato”); la ternura (“Niña durmiendo”, “Retamita”); la ira (“Cayara”, “Barrios Altos”); lo social (“Movilización obrera”, “Plaza 2 de Mayo”) y la bohemia (“El Palermo”, “El Chino-Chino”), entre otras expresiones.

Les ofrezco otro tributo al desaparecido artista Francisco Izquierdo (Jumbrilla, 1938-Chosica, 2007) que quedó pendiente:

MEMORIA PERSONAL DE FRANCISCO IZQUIERDO LÓPEZ
Escribe: Roger Santiváñez

No recuerdo exactamente cuándo conocí a Francisco Izquierdo López, pero sí recuerdo mi primera noticia de él. Corría 1973 y en el tercer número de Hipócrita Lector apareció un dibujo suyo en homenaje a Javier Heraud, diez años después de su asesinato. A partir de entonces –y siendo ya estudiante de literatura desde 1975- una creciente mitología sobre Pancho Izquierdo –como era llamado- llegaba a mis jóvenes oídos gracias a las conversaciones de mis amigos, los poetas profesores en San Marcos –básicamente Marco Martos e Hildebrando Pérez Grande- así como de los poetas compañeros, entre ellos Luis Alberto Castillo y Mito Tumi. La mitología se centraba en memorables performances protagonizadas por Pancho Izquierdo en el no menos mitológico bar Palermo punto de encuentro de la bohemia artístico-literaria peruana desde los 50s y hasta 1974 en que quedó seriamente deteriorado a causa del terremoto de aquel año.
Hacia fines de los 70s, y en el fragor de las luchas populares contra el fascistoide gobierno de Morales Bermúdez, circularon en San Marcos unos grabados en xilografía alusivos a dicha situación. Cabe señalar que Izquierdo –junto a otros artistas de la época- proponían una estética resueltamente comprometida con la lucha del pueblo y sus vanguardias revolucionarias de izquierda. Así se comprendía aquel trabajo denominado La mujer del preso político que a mí me conmovió y que motivó un poema inserto en mi primer cuaderno editado en 1979 y que aquí transcribo:

ANTE ‘LA MUJER DEL PRESO POLÍTICO’ UNA XILOGRAFÍA
DE FRANCISCO IZQUIERDO LÓPEZ
Si tú reconocieras
Aquella transparencia
En la noche abierta de la ciudad
Si tú volvieras
A tomar otra vez una bebida caliente
Y hablaras de
Los tiempos y las lluvias que ni la
Vejez derrumba en el bosque de los eucaliptos
Aunque estén solos y poco brillantes
Verías la sombra de la boca
De un pescado dibujada en mi poema
Y sé
Que leerías otra vez los libros
Que nuevamente ardería tu amable corazón
Y serías otra vez el herido
El torturado
Y yo te volvería a sonreír.

Ya en los años 80 me veo en una de las mesas del restaurant Wony en el jirón Belén del centro de Lima, local que en buena medida heredó la clientela artístico-literaria del averiado Palermo. Corrían los primeros años de la denominada década de la violencia, concretamente a principios de 1984. Por aquellos días yo había concluido una larga, importante e intensa relación amorosa e intercambiaba unas cervezas con Pancho Izquierdo en el Wony. En mi imaginario personal Izquierdo era un conocido y respetado hombre de izquierda radical, así que en un momento de la conversación le pedí me contactara con la organización Sendero Luminoso porque había decidido participar en la lucha armada. Él me escuchó atentamente y se lo tomó con mucha calma. Con sabiduría, bondad y gran experiencia me dijo que eso podía ser posible, pero que yo pensara con detenimiento en lo que le estaba diciendo.
-No lo hagas porque estás decepcionado por algún motivo –me expresó. Esto es algo muy serio y no debes hacerlo por razones de ese tipo –concluyó.

Obviamente cambié ipso facto de tema, dándome cuenta del error que iba a cometer. Y que Pancho Izquierdo –con lucidez y calidad humana- me había hecho ver. Era como si él hubiera visto mi alma a través de una radiografía.

Desde entonces una gran camaradería surgió entre nosotros. En la bohemia de Quilca y Camaná en los años 90 lo encontraba muchas veces y Pancho –con la sencillez que lo caracterizaba- me llevaba a un pequeño taller que se había conseguido en un zaguán cercano. Otras veces recalábamos en el Queirolo o me sumaba a su mesa en Las Rejas donde podía estar con Ostoloza o Hudson Valdivia. A mí me atraía el aura de Pancho Izquierdo, porque trasuntaba una vida entregada al arte y además una fidelidad incorruptible a sus principios de índole política, que él no abandonó jamás. Allí está toda su extraordinaria obra, en la que podemos detectar fácilmente la creativa vitalidad de su trazo, su textura y su particular coloración ensamblados -en la fuerza de su espíritu- a la expresión de nuestro pueblo y a su combate por eso que José Carlos Mariátegui llamó la conquista del pan y la belleza. Totalmente ajeno a las maniobras pitucas o apitucadas de las galerías comerciales –si bien brilló por su talento en alguna de ellas luchando en sus pocos intersticios democráticos- la obra pictórica de Izquierdo López quedará como un testimonio vivo de que es posible hacer un arte de calidad desde una perspectiva ideológica que se reclama del socialismo y la defensa de los trabajadores explotados del campo y la ciudad. No creo que estas palabras resuenen obsoletas o fuera de tiempo en una sociedad como la peruana de nuestros días. Porque allí donde el hambre y la miseria siguen acuciando a las grandes mayorías, una posición firme y sincera como la de Francisco Izquierdo López ha se continuar enseñándonos un limpio camino de honestidad –primero con el propio arte- y en la perspectiva histórica, una contundente prueba de que la utopía de un nuevo mundo donde el hombre sea humano –como sugirió Vallejo- es perfectamente palpable y real.

[Filadelfia, 16 de diciembre de 2007]
Tomado